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San Antonio de Padua "El Panificador de los pobres"

La Morada de las Musas, opinión:

Onomásticamente hablando hoy es el día de San Antonio de Padua, uno de los santos del calendario católico más universales, venerados y milagrosos.
Un santo capaz de ayudarnos a encontrar las cosas perdidas, o en el caso de las mujeres, novio; ¡casi ná para los tiempos que corren!
También es capaz de congregar en torno a una verbena y un organillo a un par de “chulapos” marcándose un chotis.
Y sobre todo es el santo sobre el cual se asienta la antigua, hermosa y solidaria tradición de que todo pobre tenga su pan.
Hay muchos hogares en el mundo sin este elemento sagrado y sustancial: el pan, el pan de cada día y en cada mesa de cada hogar.
Yo, partidaria y defensora de un estado laico, y ante las opiniones permanentes de que la Iglesia se autofinancie, destaco y admiro -como cualquier persona racional y de bien- la ayuda en forma de alimento sobre todo, pero también de ropa y de muchas otras emergencias o carencias humanas, que ésta lleva a cabo.
Su labor en esta esfera, ya de por sí encomiable, se  ha visto remarcada  y reforzada debido a la tan cansinamente cacareada crisis que ha multiplicado el número de menesterosos en nuestro país.
Campechano y dadivoso San Antonio, «Lirio inmaculado de nuestro amparo», reparte tus bendiciones sobre nosotros en forma de pan para que nuestro cuerpo, nutrido y robustecido empuje a nuestra alma a consumar su mandato divino.

El Pan de los Pobres

Responsorio a San Antonio de Padua

Si buscas milagros, mira:
muerte y error desterrados,
miseria y demonio huidos,
leprosos y enfermos sanos.

El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.

El peligro se retira,
los pobres van remediados;
cuéntenlo los socorridos,
díganlo los paduanos.

El mar sosiega su ira,
redímense encarcelados,
miembros y bienes perdidos
recobran mozos y ancianos.

Gloria al Padre, Gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo.
Ruega a Cristo por nosotros,
Antonio divino y santo,
para que dignos así
de sus promesas seamos.

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PAN

Dejaron un pan en la mesa,
mitad quemado, mitad blanco,
pellizcado encima y abierto
en unos migajones de ampo.

Me parece nuevo o como no visto,
y otra cosa que él no me ha alimentado,
pero volteando su miga, sonámbula,
tacto y olor se me olvidaron.

Huele a mi madre cuando dio su leche,
huele a tres valles por donde he pasado:
a Aconcagua, a Pátzcuaro, a Elqui,
y a mis entrañas cuando yo canto.

Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.

Se ha comido en todos los climas
el mismo pan en cien hermanos:
pan de Coquimbo, pan de Oaxaca,
pan de Santa Ana y de Santiago.

En mis infancias yo le sabía
forma de sol, de pez o de halo,
y sabía mi mano su miga
y el calor de pichón emplumado.

Después le olvidé, hasta este día
en que los dos nos encontramos,
yo con mi cuerpo de Sara vieja
y él con el suyo de cinco años.

Amigos muertos con que comíalo
en otros valles, sientan el vaho
de un pan en septiembre molido
y en agosto en Castilla segado.

Es otro y es el que comimos
en tierras donde se acostaron.
Abro la miga y les doy su calor;
lo volteo y les pongo su hálito.

La mano tengo de él rebosada
y la mirada puesta en mi mano;
entrego un llanto arrepentido
por el olvido de tantos años,
y la cara se me envejece
o me renace en este hallazgo.

Como se halla vacía la casa,
estemos juntos los reencontrados,
sobre esta mesa sin carne y fruta,
los dos en este silencio humano,
hasta que seamos otra vez uno
y nuestro día haya acabado.

Gabriela Mistral