Archive for junio 2, 2010

Sinfonía de la melancolía

He salido a tu encuentro en el camino
recorriendo esta tierra cochambrosa
con mis tarsos llagados, deseosa,
de abrazarte y besarte ser divino.

Cuántas horas pegada a la ventana
enviando mensajes con el viento:
un susurro, un suspiro y un lamento,
de una historia feliz, pero lejana.

Ando etérea, descalza, consternada…
Tras tus huellas borrosas, husmeando,
la esperanza que vaya restaurando
mi roto corazón de enamorada.

Despierto de mi sueño al encontrarte
y añoro tu estimada compañía
que llena de entusiasmo y alegría
mi boca dolorida de nombrarte.

Siniestro anochecer que me enloquece,
-me asusto si no estás sobre mi lecho-,
oyendo los latidos de tu pecho
y viendo nuestro amor que crece y crece.

Es poco lo que diga amor y amigo
si con ello nos sentimos más humanos;
si la vida separa nuestras manos…
¡qué la muerte me enlace al fin contigo!

Tatiana Sánchez

Funeral primaveral

Si alguien al verme dichosa
me pregunta la razón…
Diré en voz alta, jocosa,
que el amor es bella rosa
nacida en mi corazón.

Si alguien al verme ojerosa
me exige una explicación…
Diré en voz baja, llorosa,
que se marchitó la rosa
crecida en mi corazón.

Tatiana Sánchez

Regalos del cuarto Rey Mago

Una flor, para que aprendas a amar la tierra.
Una jaula sin puerta, para que aprendas a amar el aire.
Una vasija de barro, para que aprendas la fragilidad de las cosas.
Un reloj sin manecillas, para que vivas todo en presente.
Un abrazo en silencio, para que alumbres en ti la ternura.
Un libro, para que te sientas más libre.
Un día sin televisión, para que la noticia seas tú.
Un paseo por el campo, para celebrar la belleza del mundo.
Una caracola, para que aprendas a amar el agua.
Un atardecer dorado, para que bañes tus ojos de cielo.
El canto de los pájaros al amanecer, para que oigas la música de tu alma.
Un amigo para jugar, para recordarte tu humanidad.
Una noche estrellada, para que veas la eternidad dentro de ti.
Un día de lluvia, para que aprendas a ser agradecido.
Un día de sol, para que reconozcas la luz que llevas dentro.
Una canción, para que puedas celebrar la danza de la vida.
Una botellita cerrada. No la abras nunca, para que así puedas amar y comprender el misterio.

José Mª Toro

La envidia: Las cadenas de la mente

El tibetano tiene una palabra para «envidia» (phrag-dog), mientras que la mayoría de los idiomas occidentales tienen dos.
Los textos budistas del abhidharma clasifican a los “celos-envidia” (phrag-dog) como un veneno hostil. Lo definen como «una emoción perturbada que se enfoca en las dotes de las demás personas (tales como buenas cualidades, posesiones, o éxito) y es la imposibilidad de tolerar dichas dotes, debido al excesivo apego a nuestros propios logros o al respeto que recibimos» (sic). Ya no es tanto el impulso irrefrenable de desear lo que el otro tiene, sino la ira que siente el envidioso (celoso) por los triunfos o pertenencias ajenas, independientemente de su valor material o humano.
El remedio que ofrece el budismo a los que sufren de celos, envidia y arrogancia es trabajar la falacia del «yo» y del «tú». Necesitamos darnos cuenta de que todos somos iguales y no tenemos inherencia propia. El éxito ajeno es «nuestro» éxito también, pues todos somos interdependientes. La competencia inhumana a la que estamos sometidos desde niños es la generadora de las envidias. El apego es el veneno mental que da consistencia a los «celos-envidia». Debemos salir de la falsa percepción de un «yo» con existencia propia, de la dicotomía pronominal que divide y nos sume en la oscuridad emocional.
«Si vemos muy dentro de nosotros observaremos la ilusoria naturaleza del yo y los demás, de modo que la envidia se convertirá en ecuanimidad», dice muy acertadamente Vessantara en su obra Mandala of the Five Buddhas, Windhorse Publications, en la traducción y edición de Oscar Franco.
El budismo nos enseña a trabajar sobre estas emociones a través de meditaciones específicas y sinceras, como las meditaciones «Metta».
Cuando sientas celos o envidia puedes sentarte y reflexionar sobre estas preguntas:
¿A quien envidio? ¿Por qué? ¿Si yo fuera él y él fuera yo… que sentiría (esta pregunta es casi un koan zen)? ¿Por qué no me alegro del triunfo del otro? ¿Que temo?
¿Podría permitir que los demás observaran mis pensamientos día y noche? ¿Podría permitir que los demás observaran todo lo que hago? ¿Hay algo que hago a escondidas? ¿Que puedo hacer para ser feliz y hacer feliz a los demás?
Realizar este acto sincero de introspección es un gran paso para «curarnos de la envidia».

Ser como niños

Si eres comienzo, inauguración, amanecer. Si descansas no en contar la vida, sino en dejarte mecer por ella.
Si no quieres volver, dar un paso atrás.
Si no hablas de proyectos, de esperanzas.
Si todo lo inundas de primavera.
Si resistes mirar a los ojos.
Si oyes que te llama el futuro.
Si no desconfías: todos tienen tus ojos, tus oídos, tu corazón.
Vuelves a ser como niño.
Si no sabes lo que es una decepción, “estar de vuelta”.
Si te ríes de ti mismo con desenfado.
Si superas el miedo al ridículo.
Si te permites ser débil, frágil.
Si no sabes de maquillajes, ocultamientos, disimulos.
Si derramas el milagro de la vida, vayas por donde vayas.
Si aceptas la dependencia.
Si no te afirmas en el pasado.
Vuelves a ser como niño.
Si eres accesible a lo inesperado.
Si no te preocupas de guardar las formas.
Si eres transparente.
Si aunque vengas de las sombras, caminas a la luz.
Si eres aspiración de infinito.
Si no te vencen los naufragios de la vida.
Si sueñas que todo es posible.
Vuelves a ser como niño.

J. F.  Moratiel